El santo de todos: un día en el Santuario del Gauchito Gil

Antonio Mamerto Gil fue un gaucho correntino que vivió y murió en el siglo XIX y que con el tiempo se encarnó en la figura de un mito justiciero y, más todavía, en un santo, con su propia liturgia.

Lo mataron por desertor y por robar a los ricos para beneficiar a los pobres.

Murió degollado el 8 de enero de 1878 a manos de Juan de la Cruz Salazar. Lo colgaron boca abajo para degollarlo con su propio cuchillo, y esa figura, Gil colgado así, inspiró la novela corta del entrerriano Orlando Van Bredam, “Colgado de los tobillos”, un agnóstico que, sin embargo, se declara devoto del Gauchito Gil.

Aquella muerte así, colgado de los tobillos, degollado, cuenta Gabriela Saidón en “Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil”, fue el inicio de la leyenda, y el primer milagro que se le atribuye al gaucho correntino.

Ahora, la devoción al Gauchito Gil es un fenómeno de fe popular que año a año genera un gigantesco movimiento en el lugar donde se levanta su santuario, a unos 8 kilómetros de Mercedes, en Corrientes, a la vera de la ruta nacional 123. A 822 kilómetros de Paraná.

Para llegar al santuario Cruz Gil hay que  recorrer, entonces, varios kilómetros en medio de la verde llanura correntina, en la que se levantan extensas hectáreas de eucaliptos y pinos, el negocio de la industria forestal que crece en dólares.

El camino advierte que el santo del pueblo no hace diferencia entre clases sociales: en las estancias de los terratenientes o en los ranchos de los peones hay banderas rojas que flamean junto a la figura del gaucho: un hombre de bigote espeso y mirada grave, con cabello que le llegan a los hombros y que sostiene una boleadora junto al pecho. Detrás, una cruz roja le otorga un aspecto de Cristo gauchesco.

La historia dice que Antonio Mamerto Gil Nuñez, así se llamaba, fue asesinado el 8 de enero de 1878, a manos de la policía, tras ser perseguido acusado de desertor de las filas autonomistas de la provincia de Corrientes. Al Gauchito Gil, como popularmente se lo conoce, se le dio muerte en un árbol de espinillo, según el relato de su leyenda. Antes de ser asesinado, le dijo a su verdugo que rece en su nombre para salvar la vida de su hijo. El milagro se cumplió y la historia se propagó.

Todos los 8 de enero miles de peregrinos visitan el santuario ubicado a la vera de la ruta nacional 123. En 2018, según estimaciones oficiales, al lugar concurrieron alrededor de 300 mil fieles.

El Gaucho no está reconocido oficialmente por la Iglesia Católica. Sin embargo, desde hace un tiempo el caso ocupa a los religiosos de la zona, que incluso en cada aniversario de su muerte participan del homenaje.

En octubre de 2017, el  obispo de la ciudad correntina de Goya, Adolfo Ramón Canecín, reconoció que la devoción de los fieles por el Gauchito es un tema que le interesó apenas llegó al lugar. Y que incluso le pidió un consejo al Papa Francisco sobre cómo actuar ante el fenómeno.

“Este tema es uno de los grandes desafíos que tengo como obispo. Lo primero que hice fue reunirme con los sacerdotes con más experiencia de la diócesis para que me cuenten la historia de la Cruz Gil”, reconoció Canecín,  en una entrevista que dio a la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA).

 

El santuario y la feria


Lo primero que está a la vista cuando se llega al Santuario es la construcción precaria que está a pocos metros de la calzada. Al ingresar, la música que se oye no altera el murmullo respetuoso de quienes se acercan a agradecer a la imagen del Gaucho, una escultura de cemento de proporciones humanas, ubicada en una capilla con un ventanal vidriado. Detrás de la imagen resplandecen cientos de velas rojas que los promeseros encienden con cuidado. Son cientos de velitas que generan un calor tan fuerte como el de una fogata. En el piso, se acumula una capa espesa de cera y velas que no pudieron mantenerse en pie por el intenso calor.

 

En cada sala hay vendedores que ofrecen sus productos en voz baja. “¿Velas? Tres por $20”, dicen casi a los oídos de los feligreses que pasan ensimismados. “¿Bandera para el Gaucho?”, pregunta otro con el mismo espíritu de venta.

El sector contiguo también es uno de los más visitados. Allí, entre una reja cubierta con banderas rojas, estampitas y listones, hay un tronco pintado de rojo que representa aquel que vio morir al Gaucho Gil; aunque otros dicen que es el resto del espinillo donde se le dio muerte.

 

A pasos de este pequeño santuario continúan los espacios que venden estatuas del Gauchito, junto a dinosaurios, muñecos de Disney, vasos de aluminios con grabados de equipos de fútbol y otros productos made in China.  Y es que el público es variado: hay adultos devotos, que en muchos casos llegan con niños. Los primeros compran algún objeto con la figura del santo popular, y los segundos, claro, son atraídos por los juguetes.

 

En el centro del predio se encuentra el Museo y Santuario Oficial del Gauchito Gil, levantado, según anuncia un cartel, por una comisión que se encarga de mantener el lugar. El museo es un galpón que alberga todo tipo de objetos que los fieles le dejan como ofrenda al Gaucho. Hay chapas patente, fotografías de familias, botines, guitarras, boleadoras, fustas y camisetas deportivas. A falta de espacio, muchos objetos cuelgan del techo: bicicletas oxidadas, guitarras deterioradas, cuchillos y hasta vestidos de quinceañeras o de mujeres y hombres que contrajeron matrimonio.

Las paredes están recubiertas por carteles o placas de plomo y bronce en agradecimiento al Gaucho Gil. Éstas se venden a diferentes precios, que van de $50 a $250. Un joven se encarga de grabar con una máquina el mensaje y la fecha que el visitante elija.  En el interior del Museo, la estatua del Gaucho, de por los menos 1, 70 cm, recibe las gracias y promesas de los peregrinos.  Cerca, una alcancía recuerda a los devotos que pueden colaborar para mantener el lugar.

 

Luis es un paisano de Paso de la Patria, una localidad de Corrientes, ubicada en el departamento San Cosme, a 275 kilómetros del santuario. Desde allí peregrinó a caballo con un grupo de jinetes. En auto el viaje insume poco más de dos horas de viaje. A caballo, y con paradas programadas, los paisanos tardan seis días en llegar.

 

“Nosotros todos los 1º de enero salimos de Paso de la Patria y tardamos seis días y medio en llegar acá. Llegamos el 6 al medio día.  Somos un grupo de amigos de 50 o 60, algunos venimos a caballo y otros en vehículo. Viajamos de noche por el calor que sufren los animales”, cuenta Luis, y remarca que hace 9 años que hacen el recorrido.  “El Gauchito es milagroso”, resume cuando se le pregunta sobre el significado del Gaucho para quienes lo visitan año tras año.

 

Luego del museo se encuentra un espacio para el descanso al aire libre, en cuyo centro está el escenario del Gauchito Gil, donde suelen actuar grupos musicales y de danza. Ahora no es tiempo de fiesta. Eso explica que en el palco de cemento haya solamente una computadora, una impresora Epson y dos muchachos que ofrecen tomar una foto e imprimirla en alta calidad para llevarse de recuerdo. Un cartel deja en claro que la estructura fue levantada por un privado y no por la comisión a cargo del predio. En lo alto del escenario está la imagen del Gauchito. Algunos feligreses no dudan en tomarse una fotografía; otros, en cambio, recurren a la selfie con el celular, para evitar un gasto que consideran innecesario.

 

En otro sector, más alejado del escenario, se encuentran pequeños comedores con un menú para los viajeros: pollo, asado, empanadas, gaseosas, cerveza o vino. En esta fecha del año también se ven espacios para alquilar. Son estructuras básicas para instalar un stand con figuras del Gaucho, artesanías y juguetes.

 

Carlos es un joven oriundo de la localidad correntina de Curuzú Cuatiá, pero hace algunos años trabaja en una empresa constructora de Paraná. Aprovechó que la actividad entró en un breve receso y fue a visitar el santuario junto a un grupo de amigos. “Venimos ahora porque no pudimos venir el 8 de enero por tema de trabajo”, dice y cuenta que de muy chico es devoto del Gauchito, al que considera milagroso. “Ahora vine a agradecer el favor que me cumplió”, agrega.

 

Alberto es otro devoto Curuzú Cuatía que está de visita. Al igual que todos, dice que el Gaucho es milagroso, pero advierte que a veces cumple y otras no. “Significa algo muy grande, y la Virgen de Itatí también. Me gusta la historia de él, ya que fue muy humilde y bondadoso, y eso me gusta porque yo soy así: doy una cosa y recibo diez veces”, señala.

 

Cuando se le pregunta si el Gaucho le cumplió algún milagro, relativiza ese punto por el que todo visitante se acerca. “No sé si me cumplió, me ayuda constantemente todos los días de mi vida. Hay cosas que con rezos no se puede. Con verlo te sentís aliviado. Yo creo en él y en la Virgen (de Itatí). Hace mucho no venía, no vengo el 8 porque viene demasiada gente”.

 

Alberto dice que no es necesario visitar el lugar cada 8 de enero, fecha que se conmemora la muerte del Gaucho milagroso. “Vos venís cualquier día y él te cumplirá o no, pero él cumple. Yo le pido por mi salud y la de mis tres hijos. No le prometo muchas cosas, porque no es necesario. Acá estoy en paz”, concluye.

 

 

 

 

 

Gonzalo Núñez

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.

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