Informe especial: las otras víctimas del narcotráfico

El narcotráfico asola desde hace años los barrios de Paraná y sus primeras víctimas son los jóvenes que caen en la adicción o son captados como “soldaditos”. Pero detrás hay más víctimas. Son las familias y, especialmente, las madres de esos niños y adolescentes que mueven cielo y tierra para rescatarlos de esas garras que los aniquilan. En este informe de Cuestión de Fondo (Canal 9 Litoral) tres historias de mujeres que perdieron a sus hijos por el accionar de los narcos.

Brian Francisco Farías fue asesinado en 2018 por el conocido narcotraficante Oscar Siboldi y su hijo Axel Siboldi. El joven 20 años se encontraba ese 9 de junio junto a otros amigos en calles Ituzaingó y Colombia de Paraná cuando recibió varios disparos de arma de fuego en el pecho. Murió el 2 de julio en el hospital San Martín.

Su mamá, Mirta Oroño, emprendió una dura lucha por justicia que terminó con gusto a poco. En un juicio abreviado los homicidas acordaron 15 años de prisión para Siboldi padre y tres para su hijo Axel.

Pero esa batalla había comenzado mucho antes, cuando Brian tenía 13 años y todavía no había terminado la escuela.  “Con mi hijo empecé cuando él iba a cumplir 14 años, porque me llamaron de la escuela para avisarme que no estaba concurriendo y que habían avisado el juez de Menores porque hacía más de 20 días que no iba a la escuela. Y yo no sabía nada, lo veía medio raro, estaba más aislado, no hablaba mucho y se iba de la casa todas las tardes. Yo pensé que era algo normal pero resulta que ya andaba en cosas raras”, contó a Cuestión de Fondo.

“Vivimos algunos años en el Barrio Municipal y me iba a buscarlo; de mañana, tarde y noche. En el último tiempo fue peor porque me amenazaban. Al consumir y robar para darle a sus amigos, lo querían para ellos. Hubo un tiempo que lo tenían como secuestrado a mi hijo. El narco de ahí era el que manejaba todo y toda su bandita”, relató.

En ese infierno de la droga, Brian recibió un disparo en un ojo y Mirta apunta directamente “al hijo de (Gustavo) “Petaco” Barrientos”. “Antes de los 15 años mi hijo perdió la vista derecha”, afirma.

Ante eso, lamenta que “iba al Copnaf pero tampoco hacían nada porque la culpable era yo porque lo dejaba salir, porque no podía retenerlo en mi casa, pero no había forma de tenerlo si se escapaba hasta por la ventana”. “Pedía que lo internaran por favor, pero yo era la culpable porque no estaba en mi casa porque tenía que trabajar”, sostuvo.

“La última vez que pude internarlo en Victoria tenía 16 años y ahí lo hablé y le dije que tenía que portarse bien porque ya iba a ser mayor e iba a ser imposible que yo pudiera hacer algo. Estuvo un tiempo bien, trabajaba y conoció a su novia. Ellos convivían acá y ya no salía y él estaba contento”, relató. “Pero un día, de la nada, vino uno de sus amigos y no sé de qué hablaron pero se fueron juntos y dijo que ya volvía. Fue un viernes. Y al rato vino mi sobrino y me avisó que estaba grave en el hospital porque le habían pegado un tiro”, afirmó Oroño.

Sobre lo ocurrido, asegura que “Brian estaba en esa casa de casualidad, porque el asesino a mi hijo no lo conocía” y contó que “estuvo en el hospital más de 20 días y el médico ya me había dicho que no iba a volver a caminar porque la bala le había partido la médula. La primera semana estuvo bien pero después se descompensó, entró en paro y quedó en coma irreversible. Alcanzó a cumplir 20 años en terapia pero ya no era mi hijo”.

Sobre esa última reunión en la que recibió el disparo, Mirta sólo pudo reconstruir que “este tipo Siboldi buscaba supuestamente a alguien que le había disparado al yerno de él, y parece que a mi hijo le intercambiaron ropa o algo así y que por esa ropa el hijo de este asesino lo señala a mi hijo. Y el tipo se da vuelta y le dispara, y cuando cae al piso le vuelve a disparar para rematarlo pero le erró porque le tiró a la cabeza”. Ante esto opinó que a Brian “lo llevaron engañado a ese lugar”.

Además dijo que sintió “mucha bronca” al saber que los asesinos de su hijo volvieron a matar estando con prisión domiciliaria, en lo que fue el triple crimen de Bajada Grande en mayo de 2019.

Entre lágrimas de profundo dolor, Mirta Oroño lamenta: “Hace más de dos años que ni siquiera podemos comer juntos, que no podemos hablar como familia como hacíamos antes. A veces trato de estar entera pero ni siquiera puedo ser la misma porque hay días que se me hace insoportable estar viva. Yo no quería esto para mi hijo”.  “Yo tenía que sacarlo de ahí, y tenía que agachar la cabeza muchas veces porque me daba vergüenza, me daba vergüenza que venga la policía a mi casa, denunciarlo, pero es mi hijo”, sostuvo.

Después de todo lo que tuvo que vivir, afirma que la situación de la droga en los barrios “está cada vez peor, porque todos los días es muerte, droga, se ven chicos en la esquina drogándose y nadie hace nada. Se ve como natural”. “Para mí nunca fue natural que un pibe de 9 o 10 años se drogara, porque yo salía de madrugada y los veía. Me amenazaron con revólver, me decían de todo, de noche se ven criaturas chiquita drogándose. Donde están los padres? Dónde está el Copnaf  que de mi hijo jamás se ocuparon como deberían haberse ocupado”, criticó.

Transformar el dolor: los pibes del Lomas

Otro de los barrios arrasados por el narcotráfico es el Lomas del Mirador, ubicado en la zona este de Paraná y lindante a otras barriadas como Hijos de María y Jauretche.  El gran complejo habitacional formó parte del Plan Alborada, elaborado por el ministro de Economía peronista José Gelbard, entre 1974 y 1977.

Y allí también las historias de dolor y de lucha se multiplican. La trama de conflictos, peleas, balaceras, muertes y droga marca a fuego la realidad de estos dos barrios azotados por la violencia: Lomas del Mirador II y Municipal.

Ana Escobar es mamá de Emmanuel Vázquez que el 20 de agosto de 2013, a los 16 años, fue víctima de la inseguridad que generaban en la zona las bandas narco que peleaban por dominar el territorio. “Emanuel era un chico que no tenía nada que ver con nada, pasó por el lugar equivocado en el momento equivocado porque lo que pasó no era para él y pagó los platos rotos de algo que no tenía nada que ver porque los tiros no eran para él y terminó con su vida”, contó a Cuestión de Fondo.

Los acusados fueron Gustavo Olivera, alias Gatito, de 22 años, oriundo del barrio Municipal, y Gustavo Abasto, alias Muñequito, de 20 años, del mismo barrio y con otras tres condenas en su haber. Abasto fue condenado a 18 años de prisión y Olivera a 14 años de cárcel.

“La verdad que en ese momento era mucho el tema droga en el barrio, había muchos tiroteos por la droga, muchos chicos en la calle, ver chicos drogándose era de todos los días en el barrio. Hoy todavía se puede ver que todas las casas que están sobre los bordes del barrio están tiroteadas porque no había un día que el Lomas no fuera tiroteado. Y ese episodio que terminó con la vida de Emanuel tuvo que ver con eso a pesar de que no era para él y justo pasaba”, relató.

“A partir de ese momento yo quedé mal, shockeada, me tiré en la cama a dejarme morir porque ni agua quería tomar, pero gracias al padre de la Iglesia Santa Rafaela, los pastores de la escuela Jesús el Maestro que siempre me acompañaron pude salir, y además hice un tratamiento psicológico y tenía los hijos que me quedaban que me ayudaron a levantarme. Me tenía que levantar por ellos y acá estoy”.

Pero el dolor desgarrador se transformó en fortaleza y unida a Mónica Olivera Pagliaruzza comenzó a trabajar por los demás. “Lo que pasó con mi hijo me hizo un antes y un después, me hizo un click para poder hacer cosas por los otros gurises del barrio, que son jóvenes, y nos abocamos a hacer un trabajo social en el barrio. Y así logramos por primera vez traer a una jueza al barrio, que constató todo lo que nosotros denunciábamos”, afirmó.

“Todo esto nos costó horrores. Por ejemplo, pudimos lograr escriturar las viviendas de todos los vecinos de Lomas del Mirador II pero todo eso de ir a tribunales y denunciar las cosas que nos hacían nos llevó a ser las vigilantas del barrio. Para lograr todo lo que logramos sufrimos un montón de casos de violencia barrial: nos esperaban en la parada del colectivo, te golpeaban, a Mónica le prendieron fuego la casa, pero no nos detuvimos y seguimos luchando”, relató.

Sobre el accionar de la policía, Ana recordó: “Cuando llamábamos a la policía por los tiroteos llegaban cuando ya había pasado todo. El día que pasó lo de mi hijo a las 6 de la tarde fui a la comisaría y le pedí al comisario que deje una patrulla en la esquina de Quirós y Longo porque andaban a los tiros y en cualquier momento iban a matar a una persona inocente. Y me contestó que no podía dejar una patrulla porque era poco el personal. Y a las 10 de la noche lo balean a mi hijo”.

Por otra parte, Mónica Olivera contó como canalizó su lucha para rescatar a su hijo, Nicolás Pagliaruzza de las drogas. “Éramos cuatro mujeres que sufrimos violencia en el amito barrial e hicimos como una cruzada contra cierta gente que siempre hacía lo que quería y se acabó la impunidad, se empezó a denunciar lo que nos costó mucho, nos costó que me prendan fuego la casa, amenazas por doquier pero las denunciábamos, nos empoderamos y salimos adelante”.

En ese marco, destacó: “Logramos formar la Asociación Mujeres Luchadoras Positivas que lo que hizo fue tratar de darle un buen sentido de pertenencia al barrio, y en cada estigmatizado o caliente como se les llama siempre es más la gente buena que hay”.

Todo ese trabajo, significó también mucho dolor y miedo: “Le debemos nuestra vida a los medios, no al gobierno ni a la policía, y a la Justicia porque no le quedó otra porque al salir a los medios de la forma en que lo hicimos fue una forma de protegernos, porque nos iban a matar y a nadie le importaba”, afirmó.

“En ese momento tuvimos que luchar con un poder político ausente”, agregó y como ejemplo mencionó: “Hablamos de junio de 2014, en ese momento el jefe de la policía vino al barrio y nos marcó las casas o sea que, le dijo a todos los delincuentes del barrio quienes los habíamos denunciado. Teníamos que tener seguridad las 24 horas, y tuvimos de seguridad 24 horas literal. Nos marcaron para que nos maten”, planteó.

En contrario, destacó la labor de la jueza Marina Barbagelata: “Fue la primera que tomó intervención y lo hizo extraordinariamente, con una visión de género muy marcada y dispuso una restricción de acercamiento que tenemos hasta hoy, lo que es una decisión sin precedentes en Entre Ríos porque no tiene fecha de finalización y ha dado muy buen resultado porque no hubo otro conflicto hasta el momento”.

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